El Stenio Araujo
Hace unos años atrás, a orillas del río Amazonas en el puerto de Manaos, Brasil, me embarqué en el Stenio Araújo con destino a Porto Velho, remontando el Río Madeira hacia el sur.
Aquel barco consistía en 2 cubiertas de madera: la inferior era una superficie amplia donde se ubicaban los baños, el comedor y la cabina del Capitán, viajaban la carga y los pasajeros colgados en un centenar de hamacas. En la cubierta superior había un barcito techado y bancas rodeando el perímetro interior.
El viaje lo pasé leyendo, escribiendo y conversando con Miguel, un oriundo de Santa Catarina, estado del sur del país, que aprovechaba cualquier tema para menospreciar la política brasileña y sus coterráneos del norte, que según Miguel no tienen educación, arrojan basura por todos lados, son sucios, escuchan música de borrachos y bailan como prostitutas. Fue difícil escaparse de Miguel, pues su hamaca estaba junto a la mía y era de los pocos que hablaban español. Sin embargo pude tener diálogos más estimulantes con Brett, australiano, y su esposa sur coreana. Esa pareja estaba decidida a recorrer los grandes ríos de Sudamérica. Desde el Orinoco hasta el Paraná. Ahora se dirigían a los pantanales de Bolivia.
A pesar de todo el Stenio Araújo tenía sus entretenciones: por las noches traían un televisor de 14 pulgadas a la cubierta superior y allí se apelotonaba un tercio de los pasajeros para ver el DVD de algún músico local en vivo, documentales, lucha libre y alguna película de Chuck Norris mal doblada al portugués.
Todas las mañanas el personal del Stenio Araújo preparaba la comida y hacía el aseo. Los turnos de las comidas y demás asuntos domésticos estaba a cargo de un viejo panzón desdentado que, según pude entender, había estudiado medicina en Bolivia. El aseo era tarea de 2 hombres jóvenes y consistía básicamente en limpiar los baño, trapear las cubiertas y barrer. Yo estaba fumando en la cubierta superior poco después del amanecer, cuando vi a uno de estos hombres hacer su trabajo: con su escoba juntaba montoncitos de polvo, papeles, colillas de cigarro, vasos plásticos y latas de bebidas, luego los arrojaba al río. Mientras avanzábamos contra la corriente se podía ver flotar la basura en las aguas hasta perderse en el horizonte. De hecho era mas fácil divisar el envoltorio de un MilkyWay en el río café que un delfín rosado o un caimán. El tipo seguía barriendo y yo no podía entender que no le importara tirar basura en cualquier parte habiendo basureros en la cubierta, entonces recordé lo que decía Miguel de sus compatriotas del norte: que son sucios y arrojan basura por todos lados. Pero ¿están concientes de que tiran basura? Si, y ¿por qué lo hacen? Quizás culturalmente tienen un modo diferente de deshacerse de los desperdicios, pues la basura es un invento moderno que hasta hace unas pocas generaciones estas personas no conocían, ya que aun no adquirían el modo de vida europeo, habitaban en casas de paja sin electricidad y tiraban todos sus desechos a éste mismo río, sin embargo, entre esos desechos no había plásticos, latas ni vidrios. Vivían con los recursos que la naturaleza a su alrededor les ofrecía y era bien poco lo que no se aprovechaba, tal vez restos de frutas, o algún tejido vegetal viejo, no lo sé, cosas que se degradan rápidamente o que otros animales pueden aprovechar. Pero ahora esta gente cree que no contamina ¿Esta gente? En todos lados es lo mismo. Pocos son consientes de que tiran basura, incluso indirectamente, al participar de una sociedad industrial que fabrica principalmente desperdicios, gastando mucha energía en crear cosas que van a parar al río. Imagino la basura como producto de un proceso de producción deficiente y síntoma de una relación enfermiza con nuestro entorno. Llevamos ya un buen tiempo administrando La Tierra como si fuese una fabrica y hasta el momento es un pésimo negocio.
Ya casi no me quedaba cigarro. Lo apagué con la suela de mi sandalia y guardé la colilla en el bolsillo trasero de mi pantalón. Me disponía a tomar una siesta en mi hamaca pero Miguel apareció pidiéndome fuego. Sacó de una cajetilla el ultimo cigarro que había, yo le di mis fósforos, encendió su cigarro y luego de la primera bocanada de humo me comentó que no iba a esperar hasta Porto Velho, sino que se iba a bajar en Humaitá para seguir viaje por tierra, pues ya no aguantaba la comida del barco, los mosquitos, la música y la gente. Sonó el timbre que indicaba la hora el desayuno. Miguel hizo un bollo con su cajetilla vacía, la arrojó al río y se fue murmurando algo en portugués. Yo me agaché y recogí del suelo el fósforo quemado. A lo lejos se perdía la cajetilla de cigarros mientras el Stenio Araújo, con todos a bordo, navegaba contra la corriente
Por Led Otturb
Basura entorno al Stenio Araujo